Para ti, molcas
enero de 2020
Josè Miguel Herrera Romero
Te odio, Juan, porque ella se enamoró de ti, y no de mí. Te llevaste el líquido sagrado, la sangre de su corazón, y en un alarde de gran estupidez, se te fue entre las manos. De todos modos, no querías ni podías conservar aquello, pues de haberlo sabido, pudiste llevar un recipiente, para contener tanta bondad. Pero fuiste incapaz.
Por tu parte, Rodrigo, no alcanzaste a ser una pareja plena, ni mucho menos crecer, ni quisiste tal vez o tampoco pudiste. En tu inmadurez parece que te albergas y a la vez te refugias, de donde parece que no puedes salir, atrapado en un vago reflejo de algo que se parece a ti mismo. Hoy pareces sin imagen ni orden, ni estructura ni dominio de ti mismo.
Señor don Jorge, dominaste, arrasaste, pero al parecer tampoco sabías en qué consiste ser persona; con tu edad y experiencia desconocías a todas luces, pobre diablo –viejo, si, mas sabio no-, herramientas de autoconocimiento; cual inválido, quedaste incapaz de andar por tus propios pies –es decir, con tus propios recursos-, como Kant alguna vez soñó, llegados a edad plena y andar sin muletas.
Tuvieron todo, el cielo (que sí existe,) un bello y erótico cuerpo, y la piel, y el corazón (lo inmaterial también existe). Sólo parece, me parece, que dejaron desiertos, o extravíos, lastimada la feminidad de ella, y la suya propia, que ya no se puede adorar ni integrar, sólo buscar lo perdido, o negar lo no asumido.
Lo tuvieron todo, no recibieron todo, pero se lo llevaron todo.
Quisiera decir que son culpables por dañar a una persona. Pero ¿cómo hacerles responsables de no saber, de desconocerse, de no entenderse?
Sus libros y sus talentos les llevaron por donde nadie más pudo en su viaje personal, pero sin herramientas, sin guía, sin ruta ni sueño de un destino... Son una desgracia, inmaduros, negados, desintegrados, incoscientes varones comportándose cual mujeres de cuarta, dirá ese tal Jung. Con ustedes es tan fácil pensar en este obvio desatino, producto de su extravío.
Como animales, cual cerdos chillando por comida, se concretaron a sólo saciar sus hambrientos afanes, sin discernir ni discriminar ni proponer, sin construir ni dialogar. Mudos, ciegos, fueron incapaces de optar, mucho menos que novilleros añorando la alternativa.
Tengo celos, sí. Y envidia, porque se enamoró y la abandonaron como a un compañero en batalla, rodeado y flanqueado, sin ninguna salida y, además, endeudado en tributos de la derrota.
No había salida ni, tal vez, ni siquiera hubo alguna vez compañero. De la inconsciencia no hay posibilidad de encuentro, dirán algunos. Condicionados y limitados por el flujo del inconsciente, si en verdad amaron, el silencio parece su voz.
Dolido percibo la inmadurez de tan grande necedad de no abrirse. Incapaces de recibir y acoger; no al teléfono, no al diálogo ni a mirarse frente al espejo, no a la construcción de una imagen, del self (ser uno mismo), ni a las manos amantes de conocer y hacer contacto con el mundo, la naturaleza, los olores y sabores y la cadencia de la salsa y otros devenires; así son los pistoludos granujas, imbéciles infectos, impolutos entes antropomorfos, incompletos. Niños perdidos en nunca jamás, ancianos decrépitos con pitos sin par, amantes vacíos sin un palpitar, promesas vacías con un gran vacilar… Duele.
Duelen, imbéciles comemierda, porque como en griálicos relatos, salieron de ruta, traspasaron los límites del reino, salieron de caminos, se pensaron el mar y dejaron los ríos. Mis héroes.
Lo jugaron todo cuando, hoy se, tienen tan poco; insuficientes; sus ahorros y recursos no bastaron para el viaje.
Más aún, con gallardía y arrogancia confundieron encuentro con riñas de rugby o futbol. No era batalla, sino balanza. Ni mezcla ni compuesto, sino homeostasis. Hicieron de sus partes y de su parte una riña, disputa o debate, cegados por un obstinado ganar.
Y si errar objetivos fuera poco, fueron a la batalla y sin piedad y sin pausa a por ello, sin armas ni escudos, ni estrategia ni mínima esgrima... Me evocan marchando a las armas al ritmo de gaitas, silbando bucólicas melancolías al despuntar el alba. Ustedes dispuestos, soñando sus logros, entregados gozosos… Hacia la evidente derrota sin par, ya prevista.
¿Quién más haría semejante estupidez?
Por eso, les odio y desprecio y, a la vez, les admiro y respeto. Que el Dios en el que creo les guarde, asquerosos galanes, porque a su manera lo intentaron, y cual Ícaros, desafiando al sol se desplumaron y desplomaron.
Dueles, molcas, hieres, en el duro reflejo de tu asesina ambición, de ser más, poder más, lograr más, pisando firme, más fuerte, más seguro, pero montados sobre los hombros de las demás: abandonadas, usadas, pisadas, violadas... Sin la entrega, sin diálogo ni intimidad personal; sin auto conocerte, ¿Qué más puedes dar, que sólo líquido seminal?
Dueles, dis-armonía, hieres diabolayn, sangras, ruptura y competencia con el ciego afán de ganar y tener la razón.
Me duele, hombre, saber que te vas a perder mientras piensas que vas a ganar, cuando ni siquiera tienes ya nada que aportar.
Duelen, viajeros que no volverán, perdidos en búsqueda, marineros seducidos por sirenas, héroes que no ganarán.
Duelen en su derrota, en su falta de logro, en su desatino, y en su arrogante estupidez.
Duele porque continuamente así sucede; diversamente, en diferentes guiones, con variadas protagonistas, en mil historias, dejamos caos e indecisión junto a la nada. Es aterrador, y verlo cotidiano en otros hombres es mucho peor.
Y también tú, mujer, des-hechurada. Dueles. Tampoco eres la víctima inocente. Porque participaste también cual cómplice compitiendo por la derrota.
Pero tú hombre…
Maldito héroe de mierda. Imbécil aventurero estancado en energeia primigenia. Sólo tú, valeroso galán, vives como arrogante perdedor. Tintagel no es para ti. Así, en impotente potencia, jamás lo será.
Maldita sea tu ignorancia, tu desconocimiento, tus inercias. Te llaman macho, pero es tu cliché para sólo evadir. La verdad es que te perdiste desde tu vacilar.
Maldito seas, patriarcado, que cual padrote, usas y abusas y violas sin par. Trastocas y hieres... ¡Confundes, equidad e igualdad y género!
¿Qué cuesta desear aprender de uno mismo?
Quizá dirán algunos que los hombres perdemos el rumbo, pero ¡sin equipaje y sin mapa ni poderosas brújulas ni astrolabio! Por eso no puedo ni quiero quererte, varón, ni aceptarlo, me dejas sin ganas, con semejante estupidez.
La piña podría convertirse en árbol, dice Jung. Y no lo lograron aquellos, que serían semillas de árboles de altura sin par. Sin trascender, el intento sólo alcanza para vegetativo existir.
Sin un reino ni reina y sin orbe, ¿habrá alguna vez, reflejo en fulgor, que avise o atisbe, prevea y/o contenga, y enfoque y convoque, a simbólica unión, y oriente caminos? Pero sin lenguaje ni comprensión, ni siquiera narrativa se puede esbozar.
¡Mi ciento y mi reino por un reino con un ciento de cada uno!
Pero hay más.
Bajo la tierra, y en la tierra misma, ¡humus! Estiércol, sí; de lombriz y de otros bichos. Y mantos acuíferos, microorganismos, nitrógeno, fósforo y potasio, esenciales para germinar, se hallan allí. Igualmente, de la porquería y la sombra se accede a la luz transformadora con la conciencia. Y con lo femenino y masculino se constituye cada uno.
Es cierto, es lamentable que en la búsqueda uno se tenga que perder. Sin embargo, Justo al estar más perdido, es posible encontrarse. Entonces ya importaría el encuentro, coincidencia en camino, compañero en continua búsqueda, andar al parejo.
Toda esta nada me deja sabor a hiel. Y es que... yo también, soy ogro como tú, molcas, monstruo igual que tú, navegante extraviado, perdido y, a la vez, extasiado, sin astrolabio y perdidos los referentes, ¿Qué puedo así yo dar?, ¿Qué se puede encontrar?
¿Acaso es miedo, ignorancia, arrogancia, ego sin par, ausencia de prudencia, exceso sin mesura, et al?
Por eso,
Te veo y me reflejo
Eres lo que no quiero ser y lo que también temo ser
Te miro y me admiro.
Y si, también, hoy lo reconozco, te admiro.
Pues, si me arrancara estos celos,
y sin mi envidia de no ser yo prioridad
Si la veo desnuda... la verdad, desde de la lejanía, me deja entrever...
Queda el miedo a ser su igual, de acabar sin final, de intentar sin lograr, de zarpar sin partir.
Y, sin embargo… como cita el galileico mito, me aferro a los mitos.
Pues si cedo en esta angustia, perdido también estaré.
Pero si sigo intentado, puedo ser un mejor yo, a pesar de estas inercias.
Me reúso a ser así, extraviado, incompleto, violento y mediocre.
Y me elijo y oriento con las huellas de los arquetipos.
Elijo creer, elijo poder, elijo leer, y aprender y desconocer para posteriormente reconocerme, y cambiar en continuo.
Creo que es posible superar la imbecilidad cognitiva, desde habilidades blandas o de las dimensiones socio afectivas comenzar a volar, para trascender.
Mis no queridos complementarios, opuestos y, tal vez, contrarios:
Hoy ya no los desconozco. Percibo su valor y desprecio su obstinado ignorar. Y desde su fracaso, respetuoso deseo poder mirar,
Para aprender de ustedes, mis nuevos maestros.
Les quiero querer, los quiero asumir y también integrar: Mis héroes, perdidos, guerreros, sombríos, paidólatras, falo-dependientes, vagino-adictos, machos invisibles y visibles, entes amorfos, zombies en infrahumana existencia, tipos en vegetativa inercia, antropomorfos condicionados, arrogantes sobresalientes... Quiero aprender a convivir y a construir con ustedes.
Porque también yo pertenezco allí. Allí también me vi yo, y con pavor veo hoy, allí también volveré alguna vez. Porque igual soy humano, y cultural y voluble, y visceral y arrogante. Porque tampoco yo se la ruta, y desespera la herida que se inflige uno mismo y a los y las demás.
Invitas, duda, seduces, silencio
¿Qué palabras por dar, ahora yo haré?
¿Qué narrativa ahora yo construiré?
¿Podré amar y/o lograr quintaesencia?
Y por tu respuesta, maldita duda, silencio.
Sólo así invitas a hablar.
Josè Miguel Herrera Romero
molcas - palabra similar a "fulano" que se usa
para reemplazar el nombre de una persona, sobre todo si se sabe ya de quién ...
Te odio, Juan, porque ella se enamoró de ti, y no de mí. Te llevaste el líquido sagrado, la sangre de su corazón, y en un alarde de gran estupidez, se te fue entre las manos. De todos modos, no querías ni podías conservar aquello, pues de haberlo sabido, pudiste llevar un recipiente, para contener tanta bondad. Pero fuiste incapaz.
Por tu parte, Rodrigo, no alcanzaste a ser una pareja plena, ni mucho menos crecer, ni quisiste tal vez o tampoco pudiste. En tu inmadurez parece que te albergas y a la vez te refugias, de donde parece que no puedes salir, atrapado en un vago reflejo de algo que se parece a ti mismo. Hoy pareces sin imagen ni orden, ni estructura ni dominio de ti mismo.
Señor don Jorge, dominaste, arrasaste, pero al parecer tampoco sabías en qué consiste ser persona; con tu edad y experiencia desconocías a todas luces, pobre diablo –viejo, si, mas sabio no-, herramientas de autoconocimiento; cual inválido, quedaste incapaz de andar por tus propios pies –es decir, con tus propios recursos-, como Kant alguna vez soñó, llegados a edad plena y andar sin muletas.
Tuvieron todo, el cielo (que sí existe,) un bello y erótico cuerpo, y la piel, y el corazón (lo inmaterial también existe). Sólo parece, me parece, que dejaron desiertos, o extravíos, lastimada la feminidad de ella, y la suya propia, que ya no se puede adorar ni integrar, sólo buscar lo perdido, o negar lo no asumido.
Lo tuvieron todo, no recibieron todo, pero se lo llevaron todo.
Quisiera decir que son culpables por dañar a una persona. Pero ¿cómo hacerles responsables de no saber, de desconocerse, de no entenderse?
Sus libros y sus talentos les llevaron por donde nadie más pudo en su viaje personal, pero sin herramientas, sin guía, sin ruta ni sueño de un destino... Son una desgracia, inmaduros, negados, desintegrados, incoscientes varones comportándose cual mujeres de cuarta, dirá ese tal Jung. Con ustedes es tan fácil pensar en este obvio desatino, producto de su extravío.
Como animales, cual cerdos chillando por comida, se concretaron a sólo saciar sus hambrientos afanes, sin discernir ni discriminar ni proponer, sin construir ni dialogar. Mudos, ciegos, fueron incapaces de optar, mucho menos que novilleros añorando la alternativa.
Tengo celos, sí. Y envidia, porque se enamoró y la abandonaron como a un compañero en batalla, rodeado y flanqueado, sin ninguna salida y, además, endeudado en tributos de la derrota.
No había salida ni, tal vez, ni siquiera hubo alguna vez compañero. De la inconsciencia no hay posibilidad de encuentro, dirán algunos. Condicionados y limitados por el flujo del inconsciente, si en verdad amaron, el silencio parece su voz.
Dolido percibo la inmadurez de tan grande necedad de no abrirse. Incapaces de recibir y acoger; no al teléfono, no al diálogo ni a mirarse frente al espejo, no a la construcción de una imagen, del self (ser uno mismo), ni a las manos amantes de conocer y hacer contacto con el mundo, la naturaleza, los olores y sabores y la cadencia de la salsa y otros devenires; así son los pistoludos granujas, imbéciles infectos, impolutos entes antropomorfos, incompletos. Niños perdidos en nunca jamás, ancianos decrépitos con pitos sin par, amantes vacíos sin un palpitar, promesas vacías con un gran vacilar… Duele.
Duelen, imbéciles comemierda, porque como en griálicos relatos, salieron de ruta, traspasaron los límites del reino, salieron de caminos, se pensaron el mar y dejaron los ríos. Mis héroes.
Lo jugaron todo cuando, hoy se, tienen tan poco; insuficientes; sus ahorros y recursos no bastaron para el viaje.
Más aún, con gallardía y arrogancia confundieron encuentro con riñas de rugby o futbol. No era batalla, sino balanza. Ni mezcla ni compuesto, sino homeostasis. Hicieron de sus partes y de su parte una riña, disputa o debate, cegados por un obstinado ganar.
Y si errar objetivos fuera poco, fueron a la batalla y sin piedad y sin pausa a por ello, sin armas ni escudos, ni estrategia ni mínima esgrima... Me evocan marchando a las armas al ritmo de gaitas, silbando bucólicas melancolías al despuntar el alba. Ustedes dispuestos, soñando sus logros, entregados gozosos… Hacia la evidente derrota sin par, ya prevista.
¿Quién más haría semejante estupidez?
Por eso, les odio y desprecio y, a la vez, les admiro y respeto. Que el Dios en el que creo les guarde, asquerosos galanes, porque a su manera lo intentaron, y cual Ícaros, desafiando al sol se desplumaron y desplomaron.
Dueles, molcas, hieres, en el duro reflejo de tu asesina ambición, de ser más, poder más, lograr más, pisando firme, más fuerte, más seguro, pero montados sobre los hombros de las demás: abandonadas, usadas, pisadas, violadas... Sin la entrega, sin diálogo ni intimidad personal; sin auto conocerte, ¿Qué más puedes dar, que sólo líquido seminal?
Dueles, dis-armonía, hieres diabolayn, sangras, ruptura y competencia con el ciego afán de ganar y tener la razón.
Me duele, hombre, saber que te vas a perder mientras piensas que vas a ganar, cuando ni siquiera tienes ya nada que aportar.
Duelen, viajeros que no volverán, perdidos en búsqueda, marineros seducidos por sirenas, héroes que no ganarán.
Duelen en su derrota, en su falta de logro, en su desatino, y en su arrogante estupidez.
Duele porque continuamente así sucede; diversamente, en diferentes guiones, con variadas protagonistas, en mil historias, dejamos caos e indecisión junto a la nada. Es aterrador, y verlo cotidiano en otros hombres es mucho peor.
Y también tú, mujer, des-hechurada. Dueles. Tampoco eres la víctima inocente. Porque participaste también cual cómplice compitiendo por la derrota.
Pero tú hombre…
Maldito héroe de mierda. Imbécil aventurero estancado en energeia primigenia. Sólo tú, valeroso galán, vives como arrogante perdedor. Tintagel no es para ti. Así, en impotente potencia, jamás lo será.
Maldita sea tu ignorancia, tu desconocimiento, tus inercias. Te llaman macho, pero es tu cliché para sólo evadir. La verdad es que te perdiste desde tu vacilar.
Maldito seas, patriarcado, que cual padrote, usas y abusas y violas sin par. Trastocas y hieres... ¡Confundes, equidad e igualdad y género!
¿Qué cuesta desear aprender de uno mismo?
Quizá dirán algunos que los hombres perdemos el rumbo, pero ¡sin equipaje y sin mapa ni poderosas brújulas ni astrolabio! Por eso no puedo ni quiero quererte, varón, ni aceptarlo, me dejas sin ganas, con semejante estupidez.
La piña podría convertirse en árbol, dice Jung. Y no lo lograron aquellos, que serían semillas de árboles de altura sin par. Sin trascender, el intento sólo alcanza para vegetativo existir.
Sin un reino ni reina y sin orbe, ¿habrá alguna vez, reflejo en fulgor, que avise o atisbe, prevea y/o contenga, y enfoque y convoque, a simbólica unión, y oriente caminos? Pero sin lenguaje ni comprensión, ni siquiera narrativa se puede esbozar.
¡Mi ciento y mi reino por un reino con un ciento de cada uno!
Pero hay más.
Bajo la tierra, y en la tierra misma, ¡humus! Estiércol, sí; de lombriz y de otros bichos. Y mantos acuíferos, microorganismos, nitrógeno, fósforo y potasio, esenciales para germinar, se hallan allí. Igualmente, de la porquería y la sombra se accede a la luz transformadora con la conciencia. Y con lo femenino y masculino se constituye cada uno.
Es cierto, es lamentable que en la búsqueda uno se tenga que perder. Sin embargo, Justo al estar más perdido, es posible encontrarse. Entonces ya importaría el encuentro, coincidencia en camino, compañero en continua búsqueda, andar al parejo.
Toda esta nada me deja sabor a hiel. Y es que... yo también, soy ogro como tú, molcas, monstruo igual que tú, navegante extraviado, perdido y, a la vez, extasiado, sin astrolabio y perdidos los referentes, ¿Qué puedo así yo dar?, ¿Qué se puede encontrar?
¿Acaso es miedo, ignorancia, arrogancia, ego sin par, ausencia de prudencia, exceso sin mesura, et al?
Por eso,
Te veo y me reflejo
Eres lo que no quiero ser y lo que también temo ser
Te miro y me admiro.
Y si, también, hoy lo reconozco, te admiro.
Pues, si me arrancara estos celos,
y sin mi envidia de no ser yo prioridad
Si la veo desnuda... la verdad, desde de la lejanía, me deja entrever...
Queda el miedo a ser su igual, de acabar sin final, de intentar sin lograr, de zarpar sin partir.
Y, sin embargo… como cita el galileico mito, me aferro a los mitos.
Pues si cedo en esta angustia, perdido también estaré.
Pero si sigo intentado, puedo ser un mejor yo, a pesar de estas inercias.
Me reúso a ser así, extraviado, incompleto, violento y mediocre.
Y me elijo y oriento con las huellas de los arquetipos.
Elijo creer, elijo poder, elijo leer, y aprender y desconocer para posteriormente reconocerme, y cambiar en continuo.
Creo que es posible superar la imbecilidad cognitiva, desde habilidades blandas o de las dimensiones socio afectivas comenzar a volar, para trascender.
Mis no queridos complementarios, opuestos y, tal vez, contrarios:
Hoy ya no los desconozco. Percibo su valor y desprecio su obstinado ignorar. Y desde su fracaso, respetuoso deseo poder mirar,
Para aprender de ustedes, mis nuevos maestros.
Les quiero querer, los quiero asumir y también integrar: Mis héroes, perdidos, guerreros, sombríos, paidólatras, falo-dependientes, vagino-adictos, machos invisibles y visibles, entes amorfos, zombies en infrahumana existencia, tipos en vegetativa inercia, antropomorfos condicionados, arrogantes sobresalientes... Quiero aprender a convivir y a construir con ustedes.
Porque también yo pertenezco allí. Allí también me vi yo, y con pavor veo hoy, allí también volveré alguna vez. Porque igual soy humano, y cultural y voluble, y visceral y arrogante. Porque tampoco yo se la ruta, y desespera la herida que se inflige uno mismo y a los y las demás.
Invitas, duda, seduces, silencio
¿Qué palabras por dar, ahora yo haré?
¿Qué narrativa ahora yo construiré?
¿Podré amar y/o lograr quintaesencia?
Y por tu respuesta, maldita duda, silencio.
Sólo así invitas a hablar.
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