Del silencio del cordero… Y otras cosas de animales

José Miguel Herrera Romero

Y el corderito se fueeeeee
A "Maurice", mi amigo vecino. Un saludo desde el más acá.

Amanece un día más, con el rocío de las madrugadas. Una sensación de frío cala en mis huesos en estas mañanas de invierno… Naaaaaa. Nos estábamos comiendo un pavo en el rancho donde trabajo, en Tula, Hidalgo. ¡Mmmm! Delicioso guiso en mole local. Bueno. No era pavo. En realidad era una pava. Una pavita, para ser precisos.

¿Qué cómo lo sé?

Pues resulta que en el rancho donde trabajo, hay muchos animales, entre ellos borregos y guajolotes. También hay gallinas y caballos, perros…

Y mientras gozábamos de un delicioso caldo de gallina entre los compañeros de trabajo, nos enteramos de parte de las vidas de estos animales:

El pavo pisó a la pava, pero ella estaba muuuuy chiquita. Entonces… pues la mató. Con su peso, la hembra no resistió y murió en el acto, dirían algunos, mas no instantáneamente. Otras versiones, tal vez más misóginas o machistas, cuentan que el pavo se la chingó… Mientras escuchábamos atónitos y sorprendidos esa historia, llegó una amiga de la familia que cuida el lugar y compró una gallina. ¡Toda una experiencia!

Saboreando, pues, el caldo de gallina de rancho, recién “morida” y cocinada respetando su pureza de vida, vamos, sin conservadores y con músculo firme de tanto caminar cotidianamente (porque las gallinas pasean por todas partes, y no paran ni de hacer ruido ni de caminar), pues alguien se atrevió a preguntar: ¿Y qué van a hacer con la pavita que murió? Y pues que nos dicen que se puede comer, porque apenas sucedió esa tragedia y que la pedimos y nos la guisan en mole ¡Otro mmmmm! ¡Delicioso!

Y esa es la historia, cantaba María Conchita Alonso… Pero la historia no acaba allí.

El pavo asesino pisó a otra pava (como citan Gosinny y Uderzo en boca de Óbelix, que retumbe un amenazante glugluglu). Esta vez una hembra más grande, la pava resultó una guajolota blanca, preciosa. Nada qué ver con un tamal con pan (por cierto, ojalá alguien explique el origen de dicha expresión). El caso es que la susodicha ave puso huevos, pero no “se echaba”. Así que, sin más, sin preguntarle y sin terapias, al más puro estilo décimo nónico, la ataron del pescuezo, con un cordón chiquito y muy corto, para que se posara sobre sus huevitos y estos maduraran.

Mientras eso sucedía, llegó una… eh, cómo decir, algo así como el equivalente a una madre soltera: una gallina con sus pollitos, que fue aceptada aparentemente sin quejas de las demás gallinas. Por otra parte, esta nueva vecina hizo migas de inmediato con la guajolota obligada a hacerse responsable de sus críos, que, por cierto, ¡sí nacieron! ¡Qué bonitos son los guajolotitos! incluso más bonitos que los pollitos. Parecen de ciertopelo, digo, de terciopelo.

Yo trabajo en un invernadero, así que paso varias veces al día por el corral de gallinas. El guajolote parece centinela de la pava blanca, que anda con sus críos y la nueva gallina vecina con sus pollitos. El pavo se eriza cada vez que paso y, a quien se acerque, lo amenaza con un glugluglu. Y después resoplan, como machos indignados por semejante atrevimiento. Supongo que el pavo piensa que me la quiero comer como a la hembra que no pudo soportarlo y, de pronto, me veo divertido paseando por allí solo para fastidiar a ese pavo mamón.

Ya son varios días en que, cada vez que paseo por allí sucede sucesivamente una especie de ritual: el pavo asesino se eriza, hace glugluglu y resopla. Pero me he percatado que en constantes jornadas no se mueve de allí. ¡Resulta que el pavo es monógamo! Fabuloso. Se ha ganado mi respeto. Y hasta parece que posa especialmente para la foto. Por su parte, cuando le conviene a la gallina, se arrima al cuadro familiar con sus pollitos, siempre dócil y sumisa.

En el condominio de al lado de las aves… Jaja, se oye simpática la alegoría. En el otro corral, podemos encontrar a los borregos. ¡Ah cómo chillan cuando tienen hambre! Claro, todo el día tienen hambre. Por allí se dejó ver "la oveja negra": un simpático corderito negro de colita blanca. Chille que chille y arrimándose a quien se acerque, pues resulta que, su madre desnaturalizada, no le da de mamar leche. Y que también amarran a la madre borrega del pescuezo y en medio de asfixias, la torturada balanteeeee… no tuvo oportunidad. O respiraba o se rebelaba de su maternidad. La ovejita negra ganó esa vez, con ayuda de los humanos.

Lo cuento intencionalmente de forma graciosa, pues el final no resultó nada amigable. Una tarde, de pronto, el corderito apareció echado en la puerta del corral, mientras todos los borregos se ubicaban extrañamente silenciosos y retirados de su cuerpo inerte, en casi una hipócrita actitud, típica de los vecinos que dicen “yo no fuí”. Me acerqué sólo para descubrir que la ovejita negra chilletas, en verdad había muerto.

Y otro día, de pronto, el caballo también se echó… Tranquilos, no pasó a mayores, nada más allá de un susto. El caballo anda muy bien. De hecho, en ese cuadrúpedo se recorre una ruta secreta para conseguir un excelente pulque. Recomendable si este fermentado se consume frío, a medio día y en medio de la faena. No me gustaba el pulque, hasta que probé este.

En fin. Vida muerte, comida, broma, instinto materno o monógamo… La vida en el campo devela sus misterios, siempre nuevos y continuamente intensos. 

Por ejemplo, las aves y el corderito me hicieron pensar si sería capaz de acompañar también a la familia -si fuera el caso- para sacrificar al caballo. En el ajedrez suena bien, pero ver todos los días al animal vivo y rebozante, imponente frente a mi tamaño y, de pronto, imaginar la posibilidad de lo peor, consiente del valor de cada animal en medio de un “micro sistema de economía familiar”, remueven algo dentro de mí, que aún no me resulta fácil discernir. La vida en el campo es sencilla en apariencia, pero muy compleja en sus contenidos simbólicos. Estas vivencias dejan mucho por reflexionar.

No pueden faltar los perros. Preciosos animales, con los que me encanta jugar cada vez más y aprender a conocerlos cada vez mejor. Estos caninos viven felices de mojarse y pasear por las parcelas donde riega Berna, un tipazo muy amable con el que trabajamos en Tula. Los perros llegan felices a arrimarse con su pelaje húmedo, dejando un perfume apestoso. Prefiero eso al wero, un perro color miel que gusta de revolcarse en estiércol por las mañanas y que, además, juega a morderme…

Cuando por fin regreso a México, generalmente veo primero a mis hijas, que sin titubear siempre me dicen “hueles a campo”. Ahora, con estas anécdotas, esos aromas que me recuerdan mis hijas con sus saludos, me devuelven en un instante a tantas y cotidianas vivencias, que ya extraño. La extraña complejidad de aprender a gozar, supongo. Insisto, un torbellino difícil de discernir.

Pero no dejo mi cabaña en el Ajusco. Aún con el frío y viento de montañas, aún con los dedos helados todo el día y la incomodidad que afecta motricidad fina y gruesa, pese a la dificultad de teclear en la compu… Me encanta este lugar, esta otra soledad del campo, en otro ecosistema, con otra misión y muchos otros trabajos qué emprender…

Así la vida, me parece, está llena de matices, que nos mueven a divertirnos, a gozar, o a envolvernos de oscuridad. Todo se puede vivir dentro del famoso ciclo sin fin, de vida y muerte, continuidad vital que es tarea siempre por resolver.

Comentarios

  1. Una lectura bastante agradable y muy interesante, de momentos me evocaba hacia imágenes humanas... Vaya naturaleza, con tantas semejanzas y coincidencias.

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  2. Hermosa aventura, querido Miguel. Siempre es un gusto leerte. :)

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  3. Jajaja muy simpáticas, interesantes y profundas tus reflexiones de la vida en el campo. Gracias por compartirlas!! Disfruta y sigue escribiendo, un abrazo

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