Pisando cables de alta tensión…
Desde hace ya varios meses me ha dejado de preocupar, por fin, esa onda de tener pareja. Jajajaja.
En realidad me refiero a cierta idea nefasta que por muchos años reproduje y que, como narra Fernando Delgadillo, sólo hasta que la marea sube y con vientos favorables, se puede confiar al mar un mensaje en una botella para que, sin rumbo y desde ninguna parte, salga a buscar…
Melcocha de romanticismo en mi vida siempre habrá. Eso sí, sin ninguna duda. Y soul. Y brandy…
La cosa es que eso de “tener pareja” ya no me suena como antes.
Aclaro, respeto las parejas de todos. Esta es una reflexión en mi vida, sobre ciertos patrones que quiero romper, que por cierto me parece son resabios de machismo patriarcal, agonizante, pero aún con violentos estertores de muerte prolongada. Así que, sin afán de ofender, sólo expreso mi pensar con intenciones provocativas.
Creo que, si somos audaces, podríamos incluso reconocer que, lamentablemente, tal vez habrá continuamente algunos de vicios en nuestras vidas, pero, cual valientes caballeros prestos a la búsqueda griálica, espero trabajemos porque disminuyan cada vez más.
Primeramente “tener” me remite a un afán de dominio y posesión. MI pareja, MI mujer, Mi amor, etc., son expresiones, de hombres y mujeres en que, sin darnos cuenta, cosificamos al otro. Parece una tontería, pero de tanto repetir, todos los días, una gramática que no nos construye, podríamos terminar por minar una relación. ¡Ojo! Si la mediación o el vehículo de expresión del amor en una relación amorosa es el lenguaje, me parece que primero necesitamos construir una nueva gramática, que construya unidad.
Dicho de otro modo, creo que en las relaciones de pareja, para perseverar, necesitamos cuidar finezas en las que personalizar a nuestr@ compañer@ sea la constante fuente, así que de tendríamos que ponernos a inventar. Esto, como en relatos antiguos, me parece que equivale también a trabajar frente a un caldero, es decir, a la búsqueda, ya que no existen fórmulas mágicas.
Yo prefiero hablar de relaciones en donde ambos, ella y yo, vamos al parejo. Esto es, donde ambos, en explícita construcción de acuerdos, crecemos, perseveramos. Por eso mismo nos desafiamos, nos exigimos, discutimos, negociamos y, también, incluso, nos apoyamos y cuidamos.
Ir al parejo es fuente de conflicto. Esa es, me parece, una de las dimensiones más negadas y marginadas del amor.
Los conflictos son como la delicia de los caldos de la abuela. En mi caso siempre fueron frijoles. Su casa anunciaba, con sus aromas, cuando sus guisos estaban listos. Alguna vez, siendo muuy joven, platicaba con ella sobre alguna amiga con la que pretendía un noviazgo y bueeeeno… La cocina y la casa, y las ventanas por donde ella miraba mientras me narraba su propia historia de amor y de ensueño, hicieron de ese platillo una memoria inborrable… Por supuesto, le hice una canción.
¡Así de intensos y creativos y romántios son los conflictos! Claro, de primera impresión son violentos, vulgares, ruidosos, con todo y mentadas de madres (sic. Jesús Herrera Contreras q.e.p.d.), pero, en el fondo, son interpelaciones -es decir, cuestionamientos que nos exigen respuestas, donde incluso no hacer nada es una respuesta radical- que nos reflejan nuestros orgullos, nuestros miedos, nuestros límites, en fin, la paradójica zona de confort, que equivale al mundo conocido por mí hasta ahora y que, como enseña la psicología junguiana, donde la sombra teje sus redes, donde la nada invade el mundo de fantasía, nos enseñó Michael Ende.
El conflicto es para caballer@s: Sólo guerreros valientes con maestría para usar la espada, esa simbólica arma que lo mismo sirve para traspasar cuerpos (como penetrar realidades complejas), que para cortar (o bien podría decirse, para discernir, distinguir), incluso para golpear de frente, por arriba, en fin, con sus múltiples formas de ataque, sólo alguien entrenado en desarrollo de habilidades socioemocionales es capaz de enfrentar conflictos como cruzar espadas e incluso acabar con el oponente.
Pero ojo, ¡el oponente no es la pareja! Curiosamente, ir al parejo es donde la luz del otro me refleja a mí mismo mi sombra, mi oscuridad, mi miseria, mis depravaciones y traiciones... ¡mis límites! Visto así, ¿sería yo capaz de soportar interpelaciones en esta clave de osadía? ¿Tendría yo la luz propia que me ponga al parejo con mi compañer@?
Ir al parejo, pues, me transforma. La relación con alguien no me puede dejar igual. Por eso me abre al misterio, remueve límites personales y la conciencia, nos deja siempre en la duda y, a la vez, en la maravilla del continuo de la renovación de compromisos existenciales, de continuamente involucrarnos uno con otro, incluso, a veces, a pesar de nosotros mismos. Cuando ello se logra, el amor es una delicia, como aquellas conversaciones con la abuela y su caldo de frijoles. Y ¡Aguas! que los frijos también se echan a perder. No hay punto de llegada, sino siempre de partida.
Dado que hay viajes personales y es necesaria mucha libertad y deseo de realización y mejoría de uno con otro, son necesarios referentes claros, dialogados y en continua construcción en cada relación. Como boyas en el mar, faros luminosos que señalen la tierra en medio de tormentas y permitan identificar límites en medio de la oscuridad. Porque todos, en algún momento, habremos de enfrentarnos, en mayor o menor medida, con nuestra propia sombra. Lamentablemente, muchos no sobreviven a ello. Por ello necesitamos nuestros propios acuerdos. y, ¿por qué no? inventar nuestros propios mitos…
Ir al parejo es un riesgo. No existen allí clichés de “el matrimonio es para toda la vida”, “estamos casados”, “es mi esposo”… Si somos sinceros, hemos de recocer que la idea del matrimonio y familia que nos han hecho aprender y aprehender, equivale a un libreto de una ridícula obra de teatro fuera de lugar, ya están fuera de contexto ¡Y que urge reinventarse!
Nada de que “te tocan los trastes”. ¡Eso es servicio doméstico! Ni mucho menos “nos hacemos compañía” ¡Mejor ten un perro! Como aprendí con la novia de la Uni, que hoy es una gran amiga, opto por aprender a crecer y a desarrollar la mejor versión de mí mismo y, comprometido con ello, asumo mis responsabilidades de autonomía, de poner la ropa en lugares acordados, aprender a usar y cuidar la lavadora, surcir calcetines (todavía me falla), regar macetas…
Hace muchos años Francisco, mi compañero de servicio social en una escuela de sordos, acuñó la expresión “la ley del toquín”. Mas tarde, mi maestro Adalberto Espinosa Aguilar, de feliz memoria, cual felino agregó al oír esa ley: “necesitamos aprender a distinguir lo que TE toca, lo que ME toca y lo que NOS toca”. Ir a parejo supone esa conciencia, para lograr la victoria sobre los constantes abusos de uno sobre otro en las relaciones humanas: continuamente buscamos la manera de endosar al otro la mayor carga de preocupaciones y pendientes.
“vieja, te estoy esperando para que hagas comida” ¿Perdóoooon??? Si quieres esclavos, vete a ver Nabuco, de preferencia en el carajo (dícese de la verga mayor o poste central de un barco de vela. Y Nabuco es, por cierto, una obra coral que evoca el dolor de los esclavos cuando son llevados lejos de su tierra).
Hay un chiste que dice que la clave del Wiffi es pagarla. Y me gusta esta simpática alegoría. Ir al parejo implica hacerse responsable de MIS cosas, asumir el costo de lo que queremos. En la medida que esto queda claro, la maldición de Sartre se desvanece: el infierno ya no son los otros.
En fin. He tocado muchos cables de alta tensión. Pero así es como me late ir al parejo. Gozosamente alegres y sufriendo. Que las relaciones humanas, donde nos comprometemos existencialmente para llegar juntos hasta el final de nuestros días, ponen en juego nuestra vida en el convivir cotidiano. En medio de pérdidas, de descuidos, de pobreza y despidos, sin dinero y con deudas que nos ahogan, la dicha de coincidir, de apoyarnos y aportar sin que el otro pida, de integrarse y de hacer un esfuerzo por entender y convivir, por sumarse y colaborar por reducir la carga mental del otro… Ir aparejo es, me parece, la onda.
Nuevas vibraciones y nuevos caminos por inventar, por descubrir. Creo que cambiar nuestros conceptos podría, como a mí, un nerdazo, llevarnos a nuevos descubrimientos y nuevas posibilidades de construcción social, o sea, de inventar mejores posibilidades de convivencia. Así de importante resulta replantearse nuestras relaciones.
¿Quién sabe? Tal vez algunas de nuestras nuevas posibilidades de relación genere los nuevos conceptos sociológicos que hacen falta.
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ResponderBorrar¡Ufffffff!!! ¡Qué texto! Bravísimo, mi amigo. En el sentido castellano y en el italiano. Celebro esta necesaria reflexión, y celebro tu valentía de ponerla sobre el papel. Nada más y nada menos que sobre este papel virtual, abierto a los ojos de quien quiera asomarse, lo que implica un compromiso con tus propias ideas, un trabajo de vida para lograr la congruencia. Gracias por dar el paso, y en ello inspirarnos. Porque éste no es un trabajo sólo tuyo, ni sólo de los hombres, sino de todos, ustedes y nosotras, para construir formas más conscientes de compartirnos con la pareja, y en general con los demás.
BorrarUn abrazo y mi admiración por tu camino.
Gracias mujer! Y que vayamos cada vez más, más caminantes
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