Soren lo provocó
José Miguel Herrera Romero
Kierkegaard fue un filósofo danés, considerado el padre del existencialismo…
Soy amigo de la hija de una amiga psicóloga. Una simpática chamaquita traviesa, que llamaré Soren Kierkegaard.
Uno de estos días jugamos al psicólogo. En la sala donde su mamita atiende a sus pacientes de manera presencial (antes de la pandemia, claro) nos pusimos a jugar. Sólo que, como sucede en los juegos con los niños, las reglas son diferentes. Sentada como un paciente en el diván y cobijada y cómoda y contenta, ella era la doctora.
Soren Kierkegaard comenzó con preguntas y más preguntas -y pido perdón por la “traición” a mi genial terapeuta de cabecera por más de 10 años-,… Y mis relatos aparecieron, narraciones sobre mis aventuras nerdosas en la escuela, y así…
El caso es que las interesantes preguntas de este juego provocaron nuevas cavilaciones, me sumergieron en mis recuerdos y me llevaron, de pronto, a posteriori de aquella divertida sesión, a rememorar algunas experiencias en mis ambientes educativos.
Entre tantas anécdotas, recordé que una vez un maestro me dijo “pendejo”.
Tratábase de mi estadía en el “3 veces H” y glorioso Colegio de Ciencias y Humanidades, CCH. En la materia de ética, tuvimos a un profesor muy raro, al menos para mí: mal hablado, desaliñado, con barba y cabellos salvajes y siempre informal. Yo, por mi parte, como buen nerd, iba a la escuela con un portafolios de metal.
Un día coincidí en la cafetería con aquel personaje del gremio magisterial. Por alguna razón que no recuerdo, levanté mi portafolios a la altura de la barra de servicio y mi preciado porta-tesoros de sabiduría dio de lleno con el codo de aquel irreverente profesor. Después del ¡ay!, todo fue un sonoro reclamo contundente y, he de decir, desde mi memoria actual, un pertinente llamado de atención.
Ahora, de manera semejante, veo cómo las mujeres reaccionan fuerte, con violencia, indignación, reclamo, etc. Porque hay un daño previo, ya soportado y/o tolerado. Frente un largo catálogo de injusticias, me parece una especie de “¡pendejo!” que denuncia el dolor infringido con tanta injusticia, vivida desde hace siglos. Y mientras eso sucede, muchos preguntamos porqué tanta fuerza en su reacción, como si dijéramos “sólo fue un pisotón”.
Dicho de otro modo, pienso que si nos atrevemos a modificar algunos criterios, como en mi juego terapéutico, todos podríamos dejarnos interpelar ante reclamos, insultos y quejas de las mujeres acerca de nosotros y de la sociedad.
Personalmente, me he dado un largo periodo de reflexión acerca de la integración de lo masculino y femenino en mí. Desde allí valoro las estructuras injustas, violentas y malcriadas en mi trato con mujeres. En mis amistades, mi familia, en el trabajo, con mis hijas y su mamá, hasta con responsabilidades con la casa, construcción de hogar y el perro (actualmente es una rata, bueno, un cuyo inmortal, que apunta ya a 10 años de vida y poco le falta para alcanzar el tamaño de un perro chihuahua)…
Por siglos, hombres y mujeres hemos “levantado el portafolios” y hemos golpeado a mujeres “sin querer” (aunque reconozco que algunos queriendo); también las hemos pisoteado, despreciado, ultrajado y hasta matado. En el cotidiano vivir, hemos aplicado el “safo” en tareas que construyen hogar, generando así una suerte de vasallaje con la mujer que prometimos amar.
Y no hablemos de nuestros piropos y asombros expresados en lenguaje de arrabal y malebaje por sus cuerpos, sus ropas o el contoneo de sus formas estéticamente femeninas (según nuestro criterio) cuando caminan. Les hacen sentir mal y, en el mejor de los casos, asco. Ni siquiera nos preguntamos en serio y a fondo por qué van juntas al baño. La respuesta será siempre semejante: riesgo de acoso, secuestro, robo, violencia o abuso sexual.
Aquel vociferante reclamo en el CCH parece decirme ahora: somos ingenuos autores inconscientes de todo este desorden y violencia social. Esos reclamos que nos escandalizan y los desórdenes denunciados son, en conjunto, las consecuencias del extravío en las dimensiones masculina y femenina perdidas (en ocasiones no asumidas), herederos de una tradición de violencia y maltratos, callados muchas veces por generaciones. Todos tendríamos que sentirnos indignados, pienso yo. Lo que vemos sólo es el reflejo de una imagen deformada, que en algunos casos incluso parece anestesia. Ni nos va ni nos viene lo que sucede.
En este escenario, es cierto, los varones parecemos una runfla de rufianes, violadores, maltratadores, violentos, celotípicos, homofóbicos, injustos, machistas, católico - ideologizados en un sistema patriarcal (que ya va de salida, si no algunos se enojan), monogámico, capitalista, urbano, clasemediero, anquilosado en la modernidad... Ah, y comodinos y patanes, entre otras cosas… Por nuestra parte, decimos que no somos todos, que no es nuestra intensión ofenderlas. Pero el daño ya está hecho.
Por eso, me parece, las feministas hoy rompen con relaciones, con instituciones, con estructuras de dominio y poder, porque simplemente no se puede vivir así. No quieren eso, ni para ellas ni para nadie.
No es nada fácil escucharlas. Eso es cierto. Necesitamos esforzarnos, hacer una reflexión más de… ¡De personas entronas y valientes! Animarnos a acceder a un túnel de insultos, reclamos, indignaciones y mujeres heridas. Pero si “aguantamos vara”, algo bueno puede suceder en el modo de relacionarnos.
Por supuesto, no podemos empantanarnos en buscar un villano. No es película. También hay varones que aportan y construyen nuevas posibilidades de convivencia más humana y humanizante, así como proyectos institucionales, etc. Pero necesitamos reconocer el lado oscuro, la sombra de la masculinidad y feminidad deformadas y sus dimensiones sociales, nocivas, destructoras.
Por ejemplo, recuerdo que en algún lugar de las montañas de Veracruz, una genial capacitadora e intelectual, la maestra Raissa Somorrostro, trabajó con un grupo de jóvenes que lograron llegar al bachillerato. Las mujeres le compartieron que eligen no tener novio, porque ellos (es decir, los varones) sólo quieren la estúpida prueba del amor, pero con tal insistencia, que ellas saben que el riesgo de embarazo prematuro es altísimo. Recordemos que allí no llegan los anticonceptivos a granel y no hay dinero como para “tomar precauciones”. Por eso ellas prefieren no tener novio, quedarse -valga la redundancia- como “quedadas”, rompiendo con el orden familiar establecido.
Como dice la psicóloga Claudia Bello: La violencia no es sólo perpetrada por hombres contra mujeres. El tema de fondo es el conflicto anima - animus; mientras no sea atendido por mujeres y hombres, nuestras relaciones serán más víctimas de violencia. Urge rescatar y armonizar lo femenino y masculino de mujeres y hombres.
Si, señor. Necesitamos la valentía de cambiar las reglas, como provocó el juego con la joven Soren Kierkegaard, para aprender a escuchar de un modo diferente. Y hablar también. Al dejar flujo a la imaginación, podríamos identificar nuevas posibilidades de reflexión y diálogo.
Hola,Miguel, me encanto tu juego terapéutico psicoanalítico, me llevo, como dices a otro tiempo en donde estudiaba lo que comentas la reflexión profunda y el encuentro conmigo...te leo y pienso que la violencia ejercida en contra del "otro"inicia con pequeños actos que al acumularse llevan a una explosión llena de rencor y odio...¿cómo se cura eso, de manera personal? , con terapia; ¿ cómo se erradica de un pueblo? con educación y toma muchos años. La familia es el centro y la sociedad la periferia que debería apoyar esos cambios educativos.Soy una soñadora y siento que en mi espacio contribuyo a la mejora, de forma modesta, de la condición femenina y masculina. Gracias por compartir
ResponderBorrarSiiiii. Esta aventura de encontrarnos nos transforma, vivida en continuo cambio. Cambia todo, hasta legar al desequilibrio social para transformarlo. abrazo!
BorrarBuen día, querido filósofo
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