¡Muy bien! Ahora vuélvelo a hacer

José Miguel Herrera Romero

Estoy sucio.

Mis botas están llenas de lodo. La ropa toda sucia. Mis manos, llenas de tierra, parecen con guantes oscuros. Ha sido un día agotador, de reproducción de plantas en el invernadero donde trabajo.

Ahora, la soledad del cuarto, donde sólo estoy para dormir,  me invita a pensar. Los borregos balan en suplicante demanda de alimento. Apenas guardan un poco de silencio, los grillos serenan la noche.

Con la primavera llegaron nuevas vecinas. Son golondrinas, simbólicas mensajeras de abundancia, que volvieron a sus nidos, que están en cualquier rincón que les es posible. Con las últimas luces del día ya están serenas, calladas. Hemos charlado un poco desde que llegaron (me hizo pensar en Francisco de Asís, jejeje) y nos vamos acostumbrando a nuestra mutua presencia. Desde las 6:30 am ya andan en bullicio. Hoy me acerqué a la puerta para darles los buenos días. Parecía que regresaban en un semicírculo antes de sumarse a la parvada. Por un momento pensé que venían a saludar.

Junto con el recuerdo de esa alegría, se oyen truenos, anuncios estruendosos de las primeras lluvias.

Este ambiente me hace pensar y retomar reflexiones sobre las transformaciones personales que vivimos las personas, en algunos momentos de nuestras vidas. Creo que todos, en algún momento, nos hemos sentido sucios, insuficientes, impotentes, pequeños, desbordados… Son ocasiones en que lavarse no es suficiente. Semejante a cuando entregamos una tarea escolar, o algún trabajo que nos costó mucho esfuerzo elaborar, para recibir una paradójica retroalimentación que termina con un “vuélvelo a hacer”.

Y así el vacío, la soledad, se envuelve de nuestra oscuridad, o también podríamos decir de nuestras sombras, que nos llevan a la intimidad, para la que no siempre estamos preparados. Es porque se avecina una tormenta, una crisis existencial, como me sugirió Mario, un gran amigo.

Al mismo tiempo, al reflexionar en las tareas realizadas, descubro una simpática alegoría que me han regalado las plantas, con su vida, en perfecta enseñanza para comprender estas crisis, que nos hacen emerger renovados.

Hoy hicimos reproducciones de hierbabuena. Orgánica. De-li-cio-sas. Hace unos días, tres simpáticos niños pasaron a visitar el invernadero y los conduje a lo que ahora  llamo “sección de niños”:

-Tome una hoja (hay que hacerlo con elegancia y respeto, así que les hablo de usted).
-¿Así?
-Noooo. Arránquela. Si. eso, muy bien. Ahora cómasela. ¿A qué sabe?
-¡Mamáaaaaaa! ¡Comí una planta que sabe a chicle!

Ahora, a esas simpáticas y didácticas plantas les tocó poda. Hay que cortar los tallos, quitar las hojas que no están sanas ni verdes, arrancar  aquellas que no van bien… Y con los mejores cortes nos quedamos para volver a comenzar.

Algo semejante nos sucedió con la cuna de Moisés, que me regaló mi mamá, en amorosa generosidad. Quitamos las hojas que tienen partes marchitas para reproducirla. Si no lo hacemos, la poca fuerza que queda en la planta se desperdiciará en partes que ya no tienen remedio. Hay que cortarlas y tirarlas. Aquí esas van al compostero. Se desintegrarán con el tiempo y harán su parte en humus, tierra fértil, nutritiva, que ayudará a otras plantas después, para crecer sanas, hermosas, llenas de color y,para aquellas que son comibles, también se convertirán en nutrientes que nos alimenten y nos ayuden a ser más sanos y fuertes.

Volver a empezar. Creo que nuestras crisis, como las que yo personalmente vivo, replanteando mi masculinidad, o mi también llamada reconstrucción de mi ser como varón, exigen soltar ideas egoístas, de ruptura, que dañan relaciones, que impiden amarnos en plenitud, aunque hayan sido, por muchos años, brújulas de viaje.

Son ideas, convicciones, pensamientos (a veces necedades), que de pronto un día nos hacen ver que nos conducían por caminos equivocados. Esas referencias sirven, precisamente, para identificar -cuando estamos listos- la claridad de lucidez en ideas, pensamientos y sentimientos en otras personas. Lo fabuloso en medio de ese infierno es que, si queremos aprender, nos disponen a cambiar y a transformarnos, en una especie de alquimia personal: Como si fuéramos de plomo, también podemos volvernos seres de oro.

Así la primavera nos regala múltiples símbolos, en mi caso para reconocer el potencial que tenemos como personas.

Me dispongo, pues, a soltar hojas y ramas, de mi asquerosa egolatría. Me felicito por el trayecto avanzado y, ahora que entiendo algunas ideas y estructuras machistas en mí, las asumo como parte de mi vida. Hay que podarlas, para generar nuevos frutos en mi forma de relacionarme y de amar.


Comentarios

  1. Qué bonita analogía, Miguel. Me gusta pensar que, como las plantas, tenemos primaveras hasta el ocaso de la vida, nuevas oportunidades de podar lonqie no funciona, nuevas oportunidades de nacer y reinventarnos, de crecer. Porque para eso son las crisis. Enhorabuena por tus golondrinas, tus primaveras y tus crisis existenciales.

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  2. Hola Miguel, siempre es encantador leerte; el "gustar" la vida es algo que hoy ves con mayor claridad y lo compartes deliciosamente, entre plantas, aves y lluvia...la vida es un instante que cruza entre nuestras manos, a veces, sólo a veces podemos cambiar aquello que nos disgusta de nosotros mismos y es entonces cuando como una hoja degustamos el sabor de la vida, a menta, a yerbabuena...Gracias por compartir, gracias por existir querido amigo.

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  3. Muchas gracias por sus comentarios! Son geniales!

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  4. Querido Miguel, me hiciste pensar en que sin duda todo en la vida es renovarse y cuando crees que lo lograste, algo pasa y hay que volver a empezar, no hay más.
    ¡Ánimo!, y a seguir adelante, un abrazo.

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