Machismo autómata
José Miguel Herrera romero
Estoy harta.
Siempre es lo mismo.
Me dejas esperando. No puedo planear mi día. Ni organizar mis tiempos, esperando siempre a que llames, a ver a qué hora, a ver qué día, si es que eso sucede esta semana. Me entero de tus planes el mero día, a última hora; ni siquiera se si puedo quedarme en la cama por la mañana, porque en cualquier momento su majestad puede llegar. Como no mandas mensajes…
Parece que sólo estoy cuando quieres usarme. Así no se puede construir ninguna relación. Pensándolo bien, no se puede construir nada. Pero tu dices que tenemos una relación y que me tienes confianza, pero ni recuedas mi cumpleaños ni aniversarios…
Ya dice Serrat “vienes en mi busca cuando necesitas cuartelillo y, en cuanto lo consigues, me dejas y te vas…”. Justo así me siento. Pero ni enojarme puedo, porque cuando te vas de juerga me quedo aquí, la idiota esperando, pendiente de que llegues completo y sin daño. No deja de preocuparme tu integridad. Y dices que no eres alcohólico. Menos mal.
Tienes no se cuántos posgrados, pero cuanto te vas con tus amigos hablas vulgar y tocan temas que en nada se refieren a la persona que conozco. Tampoco compartes de lo que hablan. Tal vez es porque no hablan de nada importante… ¿Esos son tus amigos?
Son algunos comentarios de amigas, de mujeres geniales y valientes que se animan a compartir su sentir acerca de sus relaciones con varones.
Claro, sólo son unos cuantos comentarios. Sin embargo, me parece que, ciertamente, habemos algunos hombres que si encajamos con un patrón común: tenemos un modo particular de relacionarnos, que es, precisamente, un modo “a modo” en el que no tenemos que construir relación, ni compartir sentimientos, ni anécdotas, ni de elaborar conversaciones donde compartimos lo que pensamos o lo que sentimos ni compartir ni construir intimidad con otra persona. Le llaman machismo. Y la imposibilidad de construir relaciones fuertes, transformadoras y duraderas esa es una de sus más devastadoras manifestaciones.
Visto así, la estructura dominante en las relaciones del macho propicia una dinámica donde no tenemos que comprometernos, permanecemos inmáculos, intocados, impenetrables, acríticos, sin vibrar en una relación, sin diálogos, donde todo se da por supuesto y, en conseuencia, todo se desdibuja de repente. Y así, sin intensiones claras ni explícitas, sólo cabe el deseo, la satisfacción personal, las ganas del momento. Byung Chul Jan le llama a esto el porno, para decir que las relaciones no son humanas ni humanizantes. Equivale a un mood autómata, es decir, no humano.
De esa manera, como si entrara en operación un modo automático no consciente, vamos por la vida llamando relaciones a todo contacto en donde no pasamos de formalidades. Sin intensión ni objetivo, no hace falta mandar mensajes ni invertir tiempo en comunicación, no permitimos planear a largo plazo ni comprometernos, hacemos relaciones descafeinadas, débiles y rutinarias, blindados y escondidos atrás de muros que nos protegen de… de nosotros mismos, me parece.
Hace poco un varón me compartió que tuvo un sueño. Una voz dulce le hablaba y él le respondía. Despertó angustiado, pensando que aquello podría ser demoniaco. Sin embargo, en el modo junguiano de interpretar sueños, su narración es precisamente una deliciosa revelación de su inconsciente, en donde él se sueña en paz consigo mismo, en diálogo interno y personal, con su intimidad forjada como puerto seguro. Pero precisamente esa experiencia le daba miedo. Le quitaba el sueño, literalmente.
Eso hace el machismo, nos despersonaliza. Nos vuelve inhumanos y crea, en cambio, relaciones de poder. En los casos de estas buenas amigas, mis queridas presencias femeninas, que se animan valientes a compartir sus vivencias, retrata perfecto cómo permitimos que ese “virus” nos contamine a hombres y mujeres para que los varones terminemos imponiendo una idea de masculinidad sobre las mujeres. Porque para una relación de poder se necesitan al menos dos. También aceptar el sometimiento tiene que ver con ese mood autómata. Impacta en la vida social.
Me resulta muy impactante el tema de las reuniones entre varones. Ciertamente hemos permitido que estos encuentros se vuelvan ambientes en donde la broma, la chunga, el albur, sean la constante. No se comparten aventuras, ni acontecimientos. Sólo el deporte, a ver quién es más hombre, quién dice el chiste más cómico, quién bebe más y aguanta… “el vino entonces libera la valentía y nos disfraza de machos, como por arte de magia…” El trabajo personal realizado se desvanece cuando entramos en contacto con la manada. Justo como animales, donde el lugar antropológico que tendríamos, se pierde. Y la amistad se desdibuja. Yo prefiero el formato de tertulia, ya formato en extinsión.
Es lamentable. Demoniaco, si se mira como antítesis de lo simbólico, que une e integra.
Sin embargo, precisamente ante relaciones huecas, ante tanto vacío de contenido en relaciones sociales, hay múltiples espacios por llenar. Tal vez, precisamente por la multiplicidad de posibilidades, por eso la parálisis. Apartados de criterios de lo correcto y bueno, ante la libertad de elección que prolifera, tal vez enfrentamos un estancamiento, por la incertidumbre de no saber qué queremos decidir en nuestras vidas.
Urge hacer conciencia de nuestros desatinos, a la vez que trabajar el difícil equilibrio de las nuevas convicciones que sí queremos armar de nuestra masculinidad, la que caracterice nuestra impronta en cada relación con los demás. Hay que meterle prisa para comenzar a practicar lo que queremos inventar, que el tiempo vuela y vamos por proyectos de largo aliento. Se trata de nuestra propia vida y de articular una nueva posibilidad para la vida social.
Estoy harta.
Siempre es lo mismo.
Me dejas esperando. No puedo planear mi día. Ni organizar mis tiempos, esperando siempre a que llames, a ver a qué hora, a ver qué día, si es que eso sucede esta semana. Me entero de tus planes el mero día, a última hora; ni siquiera se si puedo quedarme en la cama por la mañana, porque en cualquier momento su majestad puede llegar. Como no mandas mensajes…
Parece que sólo estoy cuando quieres usarme. Así no se puede construir ninguna relación. Pensándolo bien, no se puede construir nada. Pero tu dices que tenemos una relación y que me tienes confianza, pero ni recuedas mi cumpleaños ni aniversarios…
Ya dice Serrat “vienes en mi busca cuando necesitas cuartelillo y, en cuanto lo consigues, me dejas y te vas…”. Justo así me siento. Pero ni enojarme puedo, porque cuando te vas de juerga me quedo aquí, la idiota esperando, pendiente de que llegues completo y sin daño. No deja de preocuparme tu integridad. Y dices que no eres alcohólico. Menos mal.
Tienes no se cuántos posgrados, pero cuanto te vas con tus amigos hablas vulgar y tocan temas que en nada se refieren a la persona que conozco. Tampoco compartes de lo que hablan. Tal vez es porque no hablan de nada importante… ¿Esos son tus amigos?
Son algunos comentarios de amigas, de mujeres geniales y valientes que se animan a compartir su sentir acerca de sus relaciones con varones.
Claro, sólo son unos cuantos comentarios. Sin embargo, me parece que, ciertamente, habemos algunos hombres que si encajamos con un patrón común: tenemos un modo particular de relacionarnos, que es, precisamente, un modo “a modo” en el que no tenemos que construir relación, ni compartir sentimientos, ni anécdotas, ni de elaborar conversaciones donde compartimos lo que pensamos o lo que sentimos ni compartir ni construir intimidad con otra persona. Le llaman machismo. Y la imposibilidad de construir relaciones fuertes, transformadoras y duraderas esa es una de sus más devastadoras manifestaciones.
Visto así, la estructura dominante en las relaciones del macho propicia una dinámica donde no tenemos que comprometernos, permanecemos inmáculos, intocados, impenetrables, acríticos, sin vibrar en una relación, sin diálogos, donde todo se da por supuesto y, en conseuencia, todo se desdibuja de repente. Y así, sin intensiones claras ni explícitas, sólo cabe el deseo, la satisfacción personal, las ganas del momento. Byung Chul Jan le llama a esto el porno, para decir que las relaciones no son humanas ni humanizantes. Equivale a un mood autómata, es decir, no humano.
De esa manera, como si entrara en operación un modo automático no consciente, vamos por la vida llamando relaciones a todo contacto en donde no pasamos de formalidades. Sin intensión ni objetivo, no hace falta mandar mensajes ni invertir tiempo en comunicación, no permitimos planear a largo plazo ni comprometernos, hacemos relaciones descafeinadas, débiles y rutinarias, blindados y escondidos atrás de muros que nos protegen de… de nosotros mismos, me parece.
Hace poco un varón me compartió que tuvo un sueño. Una voz dulce le hablaba y él le respondía. Despertó angustiado, pensando que aquello podría ser demoniaco. Sin embargo, en el modo junguiano de interpretar sueños, su narración es precisamente una deliciosa revelación de su inconsciente, en donde él se sueña en paz consigo mismo, en diálogo interno y personal, con su intimidad forjada como puerto seguro. Pero precisamente esa experiencia le daba miedo. Le quitaba el sueño, literalmente.
Eso hace el machismo, nos despersonaliza. Nos vuelve inhumanos y crea, en cambio, relaciones de poder. En los casos de estas buenas amigas, mis queridas presencias femeninas, que se animan valientes a compartir sus vivencias, retrata perfecto cómo permitimos que ese “virus” nos contamine a hombres y mujeres para que los varones terminemos imponiendo una idea de masculinidad sobre las mujeres. Porque para una relación de poder se necesitan al menos dos. También aceptar el sometimiento tiene que ver con ese mood autómata. Impacta en la vida social.
Me resulta muy impactante el tema de las reuniones entre varones. Ciertamente hemos permitido que estos encuentros se vuelvan ambientes en donde la broma, la chunga, el albur, sean la constante. No se comparten aventuras, ni acontecimientos. Sólo el deporte, a ver quién es más hombre, quién dice el chiste más cómico, quién bebe más y aguanta… “el vino entonces libera la valentía y nos disfraza de machos, como por arte de magia…” El trabajo personal realizado se desvanece cuando entramos en contacto con la manada. Justo como animales, donde el lugar antropológico que tendríamos, se pierde. Y la amistad se desdibuja. Yo prefiero el formato de tertulia, ya formato en extinsión.
Es lamentable. Demoniaco, si se mira como antítesis de lo simbólico, que une e integra.
Sin embargo, precisamente ante relaciones huecas, ante tanto vacío de contenido en relaciones sociales, hay múltiples espacios por llenar. Tal vez, precisamente por la multiplicidad de posibilidades, por eso la parálisis. Apartados de criterios de lo correcto y bueno, ante la libertad de elección que prolifera, tal vez enfrentamos un estancamiento, por la incertidumbre de no saber qué queremos decidir en nuestras vidas.
Urge hacer conciencia de nuestros desatinos, a la vez que trabajar el difícil equilibrio de las nuevas convicciones que sí queremos armar de nuestra masculinidad, la que caracterice nuestra impronta en cada relación con los demás. Hay que meterle prisa para comenzar a practicar lo que queremos inventar, que el tiempo vuela y vamos por proyectos de largo aliento. Se trata de nuestra propia vida y de articular una nueva posibilidad para la vida social.
Hola Miguel me gusta leer tus artículos tienen mucha razón
ResponderBorrarMiguel, hoy comentaba con un amigo sobre las relaciones de poder; el es homosexual y el poder se manifiesta muy fuerte entre ellos, uno pasivo y el otro muy activo, masculinizado. Me lleva pensar que los patrones aprendidos sobre la manera de relacionarnos en lo femenino y en lo masculino nos impiden un verdadero encuentro. Al evitar desnudar el alma delante de otra persona impidde que realmente disfrutemos de esta vida tan breve. Se que es un riesgo dejarte conocer por el otro, pero es triste vivir sin ricas tertulias, sin encuentros de café, sin charlas de amigos o familia aunque sea vía zoom...Gracias amigo por tu valiosa reflexión y me siento honrada de que me lo compartas
ResponderBorrar