Mi encuentro con el monstruo

José Miguel Herrera Romero

Han sucedido semanas intensas.

Me siento sobreviviente a un cúmulo de vivencias que, sin ninguna duda, conforman una catastrófica experiencia. Creo que si lo comparo con el encuentro con un monstruo lo reflejaría m
ejor.

Reconozco que llegué a este límite con el desgaste de emociones vividas, el estrés que acompaña el cambio de trabajo, el inicio de nuevos proyectos, los cierres emotivos que implican las transiciones —no siempre trabajados— y muchos etcéteras que, sin darme cuenta, llevaba a cuestas cual remedo del hombre de la bolsa. 

Las cosas llegaron al límite justo cuando tuve una capacitación sobre nuevas masculinidades. Allí nos invitaron a ver, mirar el patriarcado. Para ser más precisos, se trató de ver-nos, mirar-nos, oír-nos… Experiencias sensoriales todas ellas. Se trataba de poner atención a lo que decimos y cantamos, lo que bailamos y los tratos que generamos y/o permitimos, lo que nos hace reír…

A la experiencia sensorial siguieron espacios de participación y reflexión (dado que se trata de analizar la vida en sociedad, podría decirse, jugando con palabras, que fue una “experiencia sensocial”). 

Dado que el tema de reflexión era el patriarcado e identificar cómo se manifiesta su violencia y crueldad sanguinarias en la convivencia cotidiana y el machismo que reproducimos los hombres y al que también abonan las mujeres (no todas y no siempre, por fortuna, se les llama mujeres alienadas), el resultado fue catastrófico, cuando la reflexión me llevó esta mirada y las frases en primera persona.

¡Lo sentí!

Una masa me oprimía el estómago cuando pensé en mujeres en antros, que fueron secuestradas para ser explotadas sexualmente. Mientras, me preguntaba en las formas de violencia que yo reproducía y los silencios cómplices en intervención comunitaria por más de 20 años, pues me mantuve callado ante el maltrato a mujeres por parte de sus esposos y avalados por curas rurales... La garganta parecía impedir el paso del aire y “como que me asfixiaba” mientras retumbaban al mismo tiempo imágenes y datos de mujeres golpeadas, al tiempo que identificaba mis ausencias y vacíos como varón en la pareja y familia que he maltratado y simultáneamente caía en la cuenta que, en la escuela donde trabajé recién salí de la universidad, nunca elaboré la indignación de recibir niñas y niños sordos sin lenguaje…

No pueden existir espacios vacíos, dice Stephen Covey en su principio de 90-10. Así que el no estar, no hablar, no intervenir… Permite la entrada de todo y, entonces, cualquier cosa puede suceder… 

Las expresiones del patriarcado las conocemos como machismo. Pero el nombre es lo de menos; la constante es la misma: violencia, cueldad, golpes, insultos, infidelidades, acoso, salarios preferenciales para hombres… Todo me remitía a mis propios silencios cómplices. 

Entiendo la contundente ausencia de las mujeres el próximo 9 de marzo. Es un día para reflexionar y mirar nuestro machismo y el patriarcado en el que nos hacemos cómplices..

Una especie de calambre parecía reptar por mi espalda en modo ascendente, amenazando entrar por mi boca para llegar a mis entrañas, justo cuando pensaba en las violencias que yo he aceptado o permitido. 

De pronto, este cúmulo de experiencias y recuerdos me desbordaron: aparecieron los silencios de ultrajes vividos y provocados o permitidos y que he identificado durante mi trayectoria en trabajo con sordos, niños de la calle, comunidades indígenas y campesinas de diferentes latitudes de este país, en familias, en proyectos de desarrollo comunitario: allí están la exclusión, la carencia o insuficiencia de empleos, lo mismo que maltrato físico y sexual, los contradicciones en la iglesia y Organizaciones de la Sociedad Civil, las depravadas y violentas vulgaridades en la oficina, en mis tratos con parejas, familia, amigas…

Al valorar tantas “anécdotas”, muchas trivialidades dejaron de serlo. Mi cuerpo de pronto estaba invadido de dolorosas sensaciones. Podría decir que llegué a sentir el machismo en las entrañas.

Y entonces lo vi.

Como por arte de magia, me pareció verme allí, humillado en ese desbordamiento de experiencias que, por tratarse de trabajo, nunca reflexioné como parte de mi alforja de viaje existencial, además de mi itinerario personal. Material no procesado que, en un silencio conmovedor, me llevó a reconocer esta sensorial experiencia, de la que también, sin quererlo, me reconozco ahora como cómplice, además de protagonista.

Reproduzco violencia patriarcal, aunque no consuma sexoservicio, aunque no haya golpeado a ninguna mujer. Pero sí he participado de bromas y humillaciones públicas a mujeres, con mi-no-forjar posibilidades de ser íntegro como persona, como pareja, como padre, amigo, con mis ausencias de casa por muchos años, con mis silencios y mi lenta capacidad para decidir y… y una laaaarga sucesión de y… Impotencia, feroz impotencia que me devora…

Algo de esta dolorosa experiencia se narra en el retrato de Doryan Gray: El horror por un reflejo no aceptado lleva a la desesperación y la violencia homicida, al no ser capaces de soportar la imagen que ocultamos de nosotros mismos. Duele.

Y, sin embargo…, dirá el mito galileico, se mueve. 

El machismo no me define y, al mismo tiempo que puedo identificar prácticas violentas en las que yo sí participé antes o ahora, lo mismo que las permito o sufro, a pesar de mis silencios, me perdono y asumo la responsabilidad de que también puedo cambiar. 

Más aún. Con el sólo hecho de hacer conciencia, ya soy diferente, pues este darme cuenta me “teletrasporta” ahora, desde otro lugar, ¡a donde se puede ver la violencia que generamos unos con otros y otras! 

El machismo rompe el equilibrio entre lo masculino y femenino en cada uno, en las relaciones entre hombres y de los varones con las mujeres. Con un poco más de audacia, en cualquier recoveco aparece la ruptura de “terrorismo ecocida”… Reconocer el machismo compromete toda la conciencia de ser uno mismo y con los demás y el mundo en el que nos encontramos.

Ahora sí, por bajar a mi propio inframundo, emerge la alternativa de otra masculinidad: posibilidades de re-elaborarme, de re-inventarme (elprefijo re nos parece invitar a volver al origen), cotidianamente, forjándome —en perpetuo gerundio— en otro ser, en una mejor versión de mí...

Los alquimistas de la antigüedad buscaban transformar un metal pesado como el plomo en oro. De manera análoga, trabajar de lleno nuestra masculinidad nos introduce en reconocer “la matrix” de la violencia que permea todos nuestros sistemas económicos, políticos, sociales, culturales, religiosos… o el pasar por encima de los y las demás como ética común, para abrirnos a una posibilidad de transformación de nuestras existencias y formas de relaciones. Espontáneamente se puede ver la ética del cuidado.

Ahora que lo pude sentir y entender en la piel, me siento feliz. Ver y ver-me hace más completa la realidad, pues así, con esta mirada, también quepo yo. Más aún, también así aporto yo. 

Con mis contradicciones, no sólo de palabra y obra, que ahora puedo reconocer con intensas sensaciones en mi cuerpo, si lo mantengo en un presente constante y atrevidamente sincero, esta mirada reconoce múltiples posibilidades de masculinidad y, sobre todo, incluye una re-visión sincera y atenta de MI masculinidad. 

Me recuerda la mirada-al-espejo-interpelante en La historia interminable. Ese enfrentamiento me compromete: la experiencia me llevó a decidir primeramente si ya no quiero ser igual.

Esa mirada me desafía también a una mayor audacia: me deja la hoja en blanco para que “escriba” la masculinidad que yo quiero inventar, justo a mi talla, a mis posibilidades y factible o posible en mi contexto y en mis relaciones. 

Romper con principios y valores socialmente aceptados implica remover la ubicación de mis referentes y, ahora con un nuevo esbozo de estrella polar, sólo queda re-inventarme en nuevas posibilidades de vuelos y de navegaciones. Hace posible la vida como aventura. Me posiciona de pronto en mi propio itinerario heroico.

He logrado clarificar un sentido; con nuevos referentes, una nueva carta de navegación me mueve a la travesía en altamar —expuesto al oleaje, vientos y corrientes superficiales y profundas—; eso posibilita que ya no quiera volver atrás. 

Cuando sopla el viento hay que tender las velas.

Ahora la única posibilidad es inventar.

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