Una historia de hospitales

José Miguel Herrera Romero

 


En una sala de emergencia de hospital:

—Paciente femenino, 85 años, hipertensa, con posible evento cerebro vascular—.

Se sintió emocionante pronunciar la frase, semejante a los programas de televisión.

—Señor, no puede entrar así y menos sin cubrebocas—, reviró la enfermera, mientras su comentario me devolvía a la realidad.

—Atiendan a mi madre, voy de inmediato por eso—.

No tardé más de 5 minutos en correr a la tienda de la esquina para conseguir el mentado requisito para que la ingresaran y regresar. Cuando entré de nuevo a urgencias, ya le habían puesto uno, habían tomado signos vitales y la movían a una silla de ruedas para llevarla a atención prioritaria. Y de inmediato a los cuestionarios para completar el trámite de ingreso:

—¿Patentesco?—.

—Es mi madre—.

—¿Qué Medicamentos toma?—.

De inmediato mandé mensajes a mis hermanos, para pedir la lista de los medicamentos, que por la urgencia del momento olvidé. Fernando, un solidario amigo y vecino, se quedó cuidando a mi padre con Alzheimer, mandó fotos de cajas de pastillas y etiquetas de frascos a mi hermana, que ella me reenviaba en perfecta coordinación improvisada, mientras yo estaba en la entrevista y conforme contestaba llegaban fotos con la información solicitada.

—... Su estado es grave… Los riesgos… ¿Autoriza usted….?—.

—Proceda—.

Un estrés muy extraño, desconocido, me invadía, mientras sucedían entrevistas con médicos de modo continuo.

En ese desconcertante miedo, de pronto me di cuenta que estiraba una liga verde en mi muñeca derecha. Apenas unas horas antes, salí de un encuentro de profesores de bachilleratos del Estado de México. Nos la habíamos puesto quienes aceptábamos contacto físico —como saludar me mano— ante las precauciones sugeridas por el Covid.

Mis ojos se deslizaron después hacia mi mano izquierda, para encontrarme un atado de estambre rojo, que los participantes en ese encuentro nos hicimos durante la comida, después de hacer una telaraña entre los integrantes de equipos, para recordarnos las interconexiones entre las personas. Y se hizo en mí una extraña presencia de nuevos amigos en la comunidad que propicia la fundación Share y las y los y les que llevo conmigo, tan íntimos en mi historia. De pronto, ya no me sentí solo. Aunque no supieran nada, eso me dio paz mental para seguir.

Con 25% de pila en celular, apagaba el móvil y lo volvía a encender para mandar mensajes a mi familia, a fin de mantenerlos al tanto.

Tomar decisiones, asumir riesgos, mantener informados a mis herman@s, mientras ellos buscaban resolver las gestiones que sucedían. Al final quedó internada, no sin antes recibir la noticia de otra complicación médica: dio positivo en Covid.

Finalmente, mi madre quedó internada en hospital por siete días, aislada, sin teléfono, ni visitas...

Cumplido el plazo, finalmente volvió a casa.

A todos, por sus preocupaciones, sus amables atenciones, motivaciones y preocupaciones, oraciones, buenos deseos… Gracias.

El día que volvió, fue de lo más extraño el juego de emociones que se desataron en mí, de pronto, en una vorágine de intensidad sin par.

Por su parte, mi padre, ya después de su llegada, respondió cuando le pregunté: —¿cómo te sientes?—.

—Ya más tranquilo—.

—¿Y podrías decir dónde sientes la tranquilidad?—. Se me ocurrió preguntar, con la intención de ayudarle a expresar sus emociones.

—En la cabeza—.

Dicho de otro modo, estaba preocupado. Muy preocupado. Pero ya no.

En ese contexto, de pronto recordé que, en el pasaje del Evangelio de san Juan, donde el apóstol Tomás expresa sus dudas de la resurrección: “hasta que no meta mi dedo en sus llagas…”. En algunos sitios nos han querido enseñar ese Tomás, no es santo. Es más, su planteamiento nos lo han endosado como falta de fé.

Me parece que dicho planteamiento es alienante, pero más allá de ello, me llevó a reflexionar en la importancia de los sentidos.

Yo sabía que mi madre estaba bien. Eso decían los médicos. Sin embargo, al tocarla de nuevo, abrazarla, llorar juntos por el reencuentro, servirle agua… Esos y todos los demás detalles que llenaron el día de su regreso, me confirmaron un delicioso aspecto de mi experiencia, tan humana y cotidiana, como en muchas familias.

Sentir a mi madre, abrazarla, tocarla… ¡que finezas tan humanas y únicas en cada uno, si se me permite la redundancia!

De pronto pensaba en quienes han perdido algún ser querido: sus besos, sus abrazos, sus caricias, sus frijoles, sus comentarios simpáticos, las impertinencias y desmanes de cada uno, la cama tendida, la ropa lavada y doblada de una forma tan particular… Si, mil detalles que dejan huella. Y por eso la presencia se vuelve a veces tan intensa y la ausencia duele y, en mi caso, volver a contactar con mi madre me sacudió hasta la raíz.

¡Esto es parte de mi, ser humano! Necesito la piel, los sentidos, para darme a conocer, abrazar el mundo y expresar lo que siento. Creo que de igual manera la ausencia, la partida, los viajes, duelen, porque nos falta “eso”.

Con “eso”, me refiero en esta reflexión a lo humano sensorial de cada quien. Es el toque personal de mis familiartes, amigos, conocidos, caballeros... que me han flechado y, como dice el zorro al principito, crea lianas, lazos, genera vínculos, que habríamos de cultivar haciéndonos cada vez más responsables de ello. También eso lo dice el zorro.

En la semana de la ausencia de mi madre, entre mis hermanos imagino que lo vivimos en una diáfana coreografía de tiempos (y contratiempos) acompasados en los días de adaptación, mientras que, acompañando a mi padre, atendíamos cada uno nuesro propios pendientes, resolvíamos los relevos de cuidados en casa, de limpieza y desinfección de espacios, uso de cubrebocas, vaciar el refri para preparar las nuevas indicaciones de dieta, compartir los guisos y sabores de cada hijo con mi padre… 

Yo elegí acompañar a mi padre con diálogos y preguntas reiterativas: ¿Cómo estás? ¿Dónde lo sientes? ¿Cómo te sentiste cuando me llevé a mi madre…? Y mi pechuga de pollo gratinada con toques de Laurel en aceite de oliva infusionado con romero orgánico cultivado en Tula, le encantó.

Jorge, uno de mis hermanos, tuvo la genial idea de generar un registro de llamadas y mensajes de familiares, amigas y amigos, compañeros de trabajo, personas cercanas en la sensorialidad de las historias de cada uno de los hijos y de mi hermana María, tan generosa siempre. Mi madre lee y relee esa lista.

Yo quedé desbordado. Casi no avisé a nadie, tratando de ubicar y dimensionar tanto vivido. No pretendí soslayar a nadie. Simplemente no supe manejar estas cosas. De pronto, me quedé sin poder decir mucho y me tuve que enfocar en tratar de concentrarme en las novedades de una semana laboral dentro de una nueva sede: mi trabajo en Zumpango resultó un gran desafío antes de empezar.

Nuevamente, gracias a Todos por sus solidarios acompañamientos. Conchita, de nuevo en casa, se adapta a nuevas condiciones, con grandes esfuerzos para descubrir y aceptar juntos que, poco a poco, las sensorialidades también cambian. Aprendemos juntos a meternos en cada vez más detalles de cuidados y convivencia cotidiana, que alteran las formas de tratos a las que estábamos acostumbrados. Lo sensorial también evoluciona y redimensiona todo, porque nosotros también cambiamos.

Así es el amor, me parece. Por eso necesitamos la voz, las caricias, los murmullos cerca del oído con un abrazo que se vuelve inigualable… Y ello también evoluciona.

Qué padre descubrirlo. ¡Qué fantástico valorarlo! Y qué rica esta cerveza que me ha compartido mi compañero Luis, acá en Tula, mientras escribo —después de una jornada intensa de trabajo en el invernadero, que ya echaba de menos—. 

Así que, con este escrito, y cerveza en mano: ¡Salud!

Así sí, como remata un poema que no he encontrado, “…Ven, muerte, cuando quieras”.

¡Y que viva la vida y los detalles de nuestros seres queridos!

Nada mejor para rematar, que coldplay con su paradoxal himno a la vida.



Comentarios

  1. Excelente artículo, Profesor. Definitivamente, el apoyo de la familia y amigos en.el.hospital es fundamental para mirar màs allà del dolor y momento de cambio. Muchísimas felicididades por todas sus aportaciones. Qué gusto encontrar artìculos de esta calidad.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por leerme! Y gracias también pornsus comentarios

      Borrar
  2. Es muy emotivo tu relato y me doy cuenta que tus padres ya no pueden estar tanto tiempo solos, la independencia de Conchita está mermada y la dependencia de Fernando sigue.Me alegra que ustedes cómo hijos hagan presencia

    ResponderBorrar
  3. Muchas bendiciones y fortaleza para todos 🙏

    ResponderBorrar
  4. Querido Miguel, qué gusto saber qué todo está mejor. Abrazos y bendiciones para ti y para tu mamá, qué bendición que esté recuperándose! Lorena.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Estamos aprendiendo II

Reflexiones cinematográficas