Un zorro hablando en francés
José Miguel Herrera Romero
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Empacando para la mudanza |
Para mi querida Gabrielirrificus
Había una vez…
En el cuento del principito, escrito por Antoine Saint Esxtupery, Hay un capítulo donde el pequeño príncipe descubre a un zorro. Y lo quiere tocar.
—¡¡No! — Impone un mexicanizado zorro, amenazante... Si te acercas te… te voy a morder, ¡te voy a morder!
Justo así me suceden chispeantes alegorías, estos días que cambio de domicilio. Son agotadoras jornadas con estrés que suma a las cargas de trabajo. Es la mudanza, cierres en conexiones personales, despedidas y duelos que acompañan toda transición, el pésimo servicio de internet que hay que cambiar… En los nuevos lares por descubrir es perfectamente claro cómo la gente mira feo a los desconocidos, rechazan conversar o ni los buenos días ofrecen. Incluso responden un casi amenazante estoy ocupado, cuando sólo preguntaba por un domicilio.
—¡Es que no te conozco!—, dirá el zorro si fuera mexicano. Aaaaah. Eso explica todo y, si lo miramos bien, aparentemente, la mencionada frase parece justificar la violencia.
De ahí la profundidad de la respuesta del zorro en el cuento. —No te acerques, porque no estoy domesticado—.
Pero entonces, ¿qué significa esta expresión?
Y entonces, apareció la versión original del cuento, en francés y lo redimensionó todo: Je ne suis pas apprivoisé.
Para esta ocasión, Google ofreció desde su algoritmo un sitio que traduce apprivoisé como equivalente de domesticado; también aparece este refrán francés como primer ejemplo de uso de este vocablo: La flamme est un feu discipliné, apprivoisé et maîtrisé. Es decir, la llama de la lámpara es el fuego de la disciplina, domesticado y bajo control. Un delicioso refrán, por cierto. (cfr. https://context.reverso.net/traduccion/frances-espanol/apprivois%C3%A9)
Cuando busqué en su momento la traducción en un diccionario impreso (hace mucho), recuerdo que traducía apprivoisé como hacer de casa, además de amaestrar, domar, ser manso… Mi amigo, el buen filósofo Luis Aranguren, me compartió que también significa hacer familia.
Hacer de casa, hacer de casa. Como que suena bien, pero todavía deja un sabor a nada aún.
En aquel momento, cuando estudié este cuento, yo realizaba de modo muy recurrente visitas a comunidades rurales, zonas marginadas, visitas domiciliarias... Hoy recuerdo escuchar con frecuencia —Pase, don Miguel, esta es su casa—. ¡los mexicanos somos apprivoisé! ¡Eureka!
Dicho de otro modo, cuando confío en ti, te abro las puertas de mi casa, de manera que, ya domesticado, te ofrezco posada, cena, comida, wiffi (es parte de una nueva hospitalidad, jeje), lo mismo que baño, ropa o abrigo cuando hace falta. Ese es el resultado de una chispa de coincidencia que privilegiamos cuando sentimos o queremos contactar con otra persona, me parece.
Así somos los mexicanos. Hacemos de casa y deshacemos a los demás de nuestros lares.
Es decir, igual que damos bienvenida, escuchamos dramas como: ¡Mientras yo viva ese infeliz no podrá un pie en esta casa! Ya no eres bienvenido, retírate, por favor. Asímismo, un sinfín de etcéteras, describen nuestra cultura hospitalaria, que refleja el valor de la domesticación, justo como el zorro nos recuerda hablando en francés.
—¡Ah, perdón! — dijo el principito. Y así, con esas reservas y distancia precavida, no hay mordida.
—Domestícame— pide entonces el zorro, saboreando las delicias de querer ser de alguien, de coincidir con otro, igual a mi, pero diferente (muy filósofo de personalismo comunitario este zorro). Ser yo mismo o yo misma con alguien, sentir y compartir con quien escucha, vibra, respeta y acoge.
La amistad nos hace humanos: buscamos gente valiente que se anima a trastocar límites para dejar entrar al alguien en el corazón.
Todo un tratado de antropología social sigue en torno a este encuentro: pongámonos de acuerdo, pongamos reglas. Todos los días a la misma hora coincidimos en tiempo – espacio, y como no querer la cosa, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa, sucede la hospitalidad en el corazón.
Dejar que suceda esa coincidencia. He ahí la importancia de los encuentros o conversaciones frecuentes, de la constancia, de los mensajes.
Entonces, dice el zorro, los campos de trigo que se mecen con el viento, me recordarán tu cabello, wero, porque me cultivaste, te diste tiempo para mí.
Cultivar la amistad. Dice al final del capítulo este totémico personaje.
Si, las relaciones se cultivan ¡wow!
Cultus, cultis, es también la raíz del vocablo cultura también. Es decir, la frecuencia en el trato hace una cultura de las relaciones, que se cultivan. Ahí todos cabemos.
Vale la pena releer el capítulo de este encuentro, toda una delicia de sabiduría, para profundizar, para ir donde es más hondo.
Con lecturas de esta envergadura, tal vez podríamos respondernos frente al espejo, ¿a quiénes he hecho de casa en mi corazón, como el werito con el zorro?, ¿quién me ha domesticado?, ¿cómo expreso mi responsabilidad de cultivador de responsabilidades?
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