El síndrome de la chiva

José Miguel Herrera Romero

La cabra Cornelio, en San nicolás Totolapan, CDMX, Una nimal del siglo XXI, claro.

Hubo una vez un grupo de niños que iban a una bodega. Allí, entre envases de refrescos, cajas estibadas de quién sabe qué cosas guardadas, a veces escondidos de los adultos cual duendes y, en otras ocasiones muy claramente a la vista de ellos, esos pequeños rufianes vivían aventuras maravillosas, muy propias de su infancia. 

Esos chicos eran mi padre y sus hermanos y, ese lugar, era el negocio de mi abuelo y, supongo que con ese derecho, hacían del lugar un laberinto genial para su creativa imaginación, lo mismo que espacios misteriosos para guerreros dispuestos a esconderse o bien, para hacer carreras… Las mieles de la infancia. ¿Se imaginan cartones de refrescos y cervezas estibados, productos de abarrotes, haciendo barricadas? Los que pudimos imaginar estamos en gracia y ya no tenemos problema. Hay que animarse a imaginar.

Y como en toda aventura, como si juntos hicieran una pandilla, aquellos hermanos tenían por mascota un ser fantástico: una chiva.

Los niños iban al almacén de su padre de cuando en cuando para acompañarlo, para ayudarle en lo que podían, según la medida que sus posibilidades y las fuerzas que sus edades les permitían.

Lo que no tiene explicación (Alzheimer se apropió de ese misterio) es que justo allí, en el almacén, por quién sabe qué misterioso motivo, había una cabra, que, por cierto, era una mascota que compartían los hermanos y los trabajadores en la bodega.

Así que, en aquellos días, mi querido egresado de la infancia me contaba una épica tragedia  en tres actos que repetíase continuamente, a veces en un mismo día:

1 - Mientras los niños ordenaban papeles o barrían o hacían limpieza y toda clase de cosas que les pedía su padre —durante el intermedio entre juegos y travesuras—, la chiva se las ingeniaba para soltarse de donde estaba amarrada y salir furtivamente a la calle, pero siempre volvía, ¡perseguida por perros embravecidos!

2 - Mi padre describe un alboroto ensordecedor que todos en aquel almacén atestiguaban: la chiva brincaba de un lado a otro, entre montañas de bultos, cajas o lo que pudiera, para mantenerse alejada de los ladridos y posibles mordidas de los perros, que buscaban la manera de alcanzarla. Los adultos corrían a los perros, mientras, los hermanos de mi padre y él mismo, hacían lo posible para que la chiva bajara de su elevado refugio. La chiva temblaba de miedo, aún en el cobijo de muchos brazos de cariñosos chamacos conmovidos por el peligro ocurrido. Ellos le ofrecían caricias de consuelo hasta que se calmaba, la volvían a amarrar y todos volvían a sus faenas o responsabilidades. 

3 - La cabra, aparentemente calmada, se las ingeniaba para volver a liberarse de su correa y, nuevamente, sin que nadie se diera cuenta, escapaba como un espía de la bodega, para ingeniarselas en fastidiar nuevamente a los perros vecinos y regresar otra vez perseguida por los canes, cual lebreles tras su presa. 

Esa era la recurrente historia de la chiva del almacén, empeñada en buscar problemas, o los apapachos de los niños, como atrapada en un destino prometeico que sucedía continuamente.

Con esta anécdota infantil, mi padre por muchos años me enseñó que las personas, a veces, muy raras ocasiones, pero sucede,  tenemos la firme determinación de buscar o participar de los problemas, pero no para solucionarlos, sino para buscar los consuelos como si fuera una estrategia: Un día es con malos modales, otra es conflictos entre compañeros de trabajo, mañana le toca al compadre o vecino, la próxima semana está apartada para el pleito con el amigo y, por supuesto, las discusiones con la pareja nunca serán suficientes... O es el excesivo trabajo que agobia, las demasiadas responsabilidades y las muchísimas relaciones y la vida… 

Si. De vez en cuando, como que se nos olvidan las implicaciones que tener el cerebro evolucionado propio de nuestra especie, así como la gran riqueza de la sinapsis y de la actividad neuronal que nos caracteriza a todas y a todos, a diferencia de aquella mitológica cabra, atrapada en un aparente frenesí valiente y enfocado en buscarse problemas con la certeza definitiva de que “alguien” le quitará los problemas de encima, la sacará del hoyo, le brindará consuelos y, además, la devolverá sana y salva a su lugar de origen.

Visto ahora, es sencillo denunciar este comportamiento enfermizo. Sin embargo, me retumba esta mítica frase galileica… 

No puedo negar, según dicen quienes me conocen, que igual que esa cabra, sigo siendo sorprendido infraganti, aparentemente fascinado por quedar atrapado y sediento de  privilegiar los apoyos, los consuelos y las caricias de un refugio seguro en la familia o los amigos, mientras nada se resuelve. A veces, es el anhelo desbocado de un sentido de trascendencia que sólo busca despotricar en un poético protestar por la vida para que, una vez repuesto, con el ánimo restablecido, agarre coraje y, como dice Serrat… ¡pedir socorro!

Si. Lo reconozco. A veces (no contemos, por favor), me descubro atrapado en una especie de adicción a al oscuro poder de aquella cabra loca, donde parece ser que ganar consuelo es la meta; las soluciones, la trascendencia, la familia, los amigos, se desdibujan hasta perder valor, para dar lugar a llegar llorando, buscando los mimos y los afectos. 

Así, buscamos a los demás sólo para dar lugar a los tiempos fabulosos que critica Joan Manuel Serrat. Esa canción, por cierto, se ha vuelto un himno para mi, que me deja por consigna salirme de el vicioso círculo de ser los mismos de siempre. 

Querida lectora, lector, ¿te ha pasado algo parecido?

Yo pienso que compartir y reflexionar las experiencias de nuestra historia personal puede ayudarnos a cambiar y mejorar, pero sólo si hacemos conciencia de lo vivido y aceptamos que podemos cambiar.

Comentarios

  1. Magistral historia, me imaginé uno a uno la cara de diversión de los implicados, pero lo más rescatable es la reflexión sobre aquello que salimos a buscar afuera cuando el día nos abruma. Gracias por compartir.

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    1. Gracias por tu comentario! Si, es cierto, parece que, de pronto, olvidamos la grandeza de la vida

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  2. Cómo siempre es un deleite leerte querido Migue, extraño nuestras charlas. Que la salud y la fortuna acompañe tus días y tus noches. Sigueme compartiendo lo que escribes pues le da mas vida a mi imaginación Atte: Gladys

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  3. Que responsabilidad tan grande la de despertar nuestra conciencia, estimado Maestro Miguel, cuando nos da miedo afrontar y tomar decisiones. Sin duda estamos hechos de patrones de conducta, como la cabra, y mayoría de veces nos es tan cómodo, que difícilmente lo cambiaremos, pues la gratificación que recibimos es inmediata y esto nos llena de satisfacción en el presente.

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    1. Es cierto, preferimos comanipular, en vez de cosntruir coincidencias. Gracias por tu comentario!

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